"Yo no soy un caballero con brillante armadura. Si alguien como yo tuviese cabida dentro del romanticismo, sería más bien el caballero oscuro, el antihéroe que va a someterte, a exigir de ti hasta el último ápice de placer y entrega que puedas proporcionarme. Querré encerrarte en mi guarida sólo para mí y una vez dentro, te enseñaré a satisfacer todos mis deseos, todas mis perversiones... Y espero que me lo agradezcas como es debido, con una sonrisa dulce y siendo complaciente."


Edward Cullen. Rendición.

martes, 9 de noviembre de 2010

Cap. 26 La aliada.



Escuché el eco de voces lejanas abajo. ¡No tenía tiempo de cambiarme! ¡Maldito pervertido! Mi zorra seguía con sus volteretas, a pesar de las miradas de censura de las otras. Me consolé pensando que si no tenían por qué saber el tamaño de mis bragas, tampoco tenían por qué saber el del sujetador… Ya buscaría algo con qué taparme en caso de se pusiesen erectos. Lo siguiente fueron las medias ¿Es qué no había en toda la casa unos malditos pantis? No, con total seguridad. Saqué unas medias al muslo con auto sujeción, transparentes, pero la blonda de sujeción era de color blanco. ¡Por nada del mundo me pondría un liguero! ¡Ya tenía bastante! ¡Iba a conocer a sus padres, no en misión de comando! Cuando terminé de ajustarme la segunda, mis ojos se clavaron en un vestido de tafetán de seda gris perla, camisero y con falda de vuelo. Discreto y elegante. ¡Perfecto! Nada cercano a: ¡Mírame suegra, soy la puta que se está follando a tu precioso hijo!... Daba igual, me odiaría de todas formas.

Al ponerme el vestido me sentí mucho mejor. Supongo que es la reacción natural cuando te pones un vestido de Oscar De La Renta. Lo acompañé de un cinturón estrecho de piel gris más oscuro. Unos zapatos de piel de avestruz del mismo color de tacón altísimo, pero ancho y extrañamente cómodos, de Vuitton, ¡joder! Mi autoestima y Julieta se miraron de forma cómplice. Y todavía tenía que resolver el tema de mis pezones desprotegidos, el tafetán de seda no contribuía a que pasasen desapercibidos, precisamente… Un cárdigan de punto de seda gris oscuro fue la solución, llegaba justo a la cintura, y resolvía el problema de los pezones y del frío que empezaba a hacer en Seattle. Era increíble la cantidad de ropa que Edward había comprado para mí, volví a sentirme molesta. Recogí mi pelo en una coleta alta, me maquillé volando, apenas lo justo y salí corriendo a encontrarme con mi destino inmediato.


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-Isabella. – Dijo con esa cálida y melodiosa voz mientras que se acercaba a la puerta con la mano extendida para que se la tomase. Le tendí mi mano helada y temblorosa, que el apretó en la suya en un gesto que trataba de infundirme valor y confianza. Me dirigió dentro del salón, y lo que vi allí me dejó desconcertada.
Una pareja me miraba como si fuese una especie de animal que se creía extinguido y de repente aparece. Pero…
Antes de que pudiese reaccionar, de ser capaz de elaborar el más mínimo pensamiento coherente, unos brazos sorprendentemente familiares y afectuosos me rodearon con verdadero cariño. Mi nariz reaccionó antes que mi cerebro, cuando el cálido aroma que desprendía el pelo color miel en el que se hundía, me trajo de vuelta a la realidad. Le devolví el abrazo.
-¿Esme…? –
-¡Bella! ¡Qué alegría! Me alegro tanto de verte… tanto… – Me acariciaba el pelo con los ojos brillantes.
Me pareció que lo decía totalmente en serio. ¿Se alegraba de que estuviese con Edward? ¿Había alivio en su voz? Todavía no me había repuesto de la impresión, cuando Carlisle también se acercó para abrazarme.
-Hola pequeña, me alegro de verte. –
-Hola… Carlisle… – No sé si atiné a corresponder a su abrazo.
Me miraban todos con expresión divertida, mi cara debía de ser todo un poema. Estaba realmente perpleja, y no era capaz de reaccionar. Alguien me guió hasta el sofá para que me sentase. Le lancé a Edward una mirada entre furibunda y extrañada.


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-Vamos, mis padres nos esperan en el restaurante. Luego te dejaré sola con Esme algún tiempo, Carlisle y yo tenemos pendiente una revancha al golf, y algunos asuntos que tratar. –

Todavía nerviosa, lo seguí agarrada a su mano hasta el restaurante del Club. Era un edificio gigantesco, parecía un palacete de campo inglés, piedra, ladrillo rojo y grandes ventanales. Elegante y antiguo. Los interiores con grandes pasillos de techos altísimos, que conducían a los diferentes salones, biblioteca, tienda, sala de billar, varios bares, y un par de restaurantes. Las escaleras conducían al Spa, centros de belleza y peluquerías. Todo eso fue lo que me dio tiempo a ver, mientras recorría de la mano de Edward el pasillo con suelo de mármol y paredes revestidas de madera, que conducía hacia el restaurante en el que habíamos quedado con sus padres. Me gustaba mucho ir de su mano. Y se me hacía extrañísimo pensar en Carlisle y Esme como los padres de Edward.



2 comentarios:

  1. Justo termino de leerlo y omg!!!
    eres grandiosa me encanto este capi yo estaba igual que Bella comiendome las uñas por saber que dirian sus padres y algo que se me paso comentar en ff, y que lo hare aqui aqui fue el hecho de que ahora que Edward le explico sobre lo de la isla y eso entiendo mas las palabras de Rosalie de que Edward Cullen no deja nada a la suerte resulto ser mas manipulador de lo que creia si que supo como ir atrapando a Bella todo el tiempo supo donde estaba y todo sobre ella lol que tonta al pensar otra cosa xDDD

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  2. hola de verdan que tines mucho talento me encanta porfavor no tardes en suvir los de mas cap. me que de con las ganas de saver mas de lo q. pasan con ellos. Extito

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