"Yo no soy un caballero con brillante armadura. Si alguien como yo tuviese cabida dentro del romanticismo, sería más bien el caballero oscuro, el antihéroe que va a someterte, a exigir de ti hasta el último ápice de placer y entrega que puedas proporcionarme. Querré encerrarte en mi guarida sólo para mí y una vez dentro, te enseñaré a satisfacer todos mis deseos, todas mis perversiones... Y espero que me lo agradezcas como es debido, con una sonrisa dulce y siendo complaciente."


Edward Cullen. Rendición.

viernes, 6 de julio de 2012

Cap. 58 Encima del infierno.

-¿Porno? – El matiz de su voz era de absoluta incredulidad, y eso picó mi orgullo. ¿Por qué motivo le sorprendía a un hombre como él?


-Porno. No demasiado y mezclado con los mensajes y mis propias fotos. – Edward alargó su mano para que le diese el iPad que hasta ese momento retenía entre las mías, lo tomó y con su otra mano me sujetó por la muñeca y acarició con el pulgar la cara interna, enviando escalofríos que recorrieron mi espalda. Sus ojos brillaban oscurecidos por el deseo y mi vientre se contrajo reconociendo su aura.

-De repente mi interés ha sufrido un giro inesperado y se ha ramificado en diferentes direcciones. – Me mordí el labio ante las sensaciones que sus palabras susurradas provocaban dentro de mí.


-Por favor míralo ya y no insistas más con esa ceja estupefacta. Nadie en su sano juicio ignora el porno en Tumblr y mi alma no tiene secretos para ti. – Esos ojos me tenían hipnotizada. Por mucho que intentase bromear para restarle importancia. – Pero déjame primero que suba algo que pueda tranquilizar a Alice. – Yo sabía hacia donde me llevaría esa mirada oscurecida… Y quería ir, pero la imagen que mi mente creó de mi inquieta amiga tamborileando con los dedos nerviosa delante de su ordenador, lanzándole frecuentes miradas a las llaves de su coche, me recordó que a esas horas normalmente ya había dado señales de vida.

Edward no alteró su gesto de deseo contenido mientras me devolvía el iPad lentamente. Dios… Mis manos delataban mi nerviosismo con total claridad.

-No menciones que estoy aquí.

-No, no te preocupes. ¿Puedo utilizar el Haiku? Eso será suficiente.

-Naturalmente. – Hice un considerable esfuerzo por tocar las teclas correctas y subir la publicación, pero no esperé respuesta como en otras ocasiones, en vez de eso, se lo devolví a Edward que lo dejó sobre la mesa, antes de palmearse la pierna indicándome que me sentase.  Obedecí encantada, nerviosa y con un hormigueo en el estómago y el vientre difícil de ignorar.

Sonreía como el hombre satisfecho y fuerte que era, canalla, seguro de sí mismo y del efecto que causaba en mí. En ese momento solamente existíamos nosotros dos.

-¿Angry Juliet? ¿Tu blog se llama Julieta furiosa? – Hice un vago gesto de disculpa, y no se me ocurrió nada coherente que responderle.

-Es… una larga historia, algún día te hablaré de Julieta y su pistola. – Edward frunció el ceño y soltó un corto resoplido mitad risa, mitad irónico.

-Supongo que eso me deja el papel de Romeo. Siempre hay un Romeo estúpido detrás de una Julieta Furiosa, que además tiene una pistola.  No me gusta. – Fallé miserablemente a la hora de esconder mi risa, pero pasé a otro tema rápidamente, explicándole los detalles de cómo mantenía la privacidad de mi blog con una clave de acceso y que algunos post solo podían ser vistos por mí, prácticamente la mayoría de ellos, mientras hacíamos un recorrido por las imágenes y las frases que lo componían.

No era realmente consciente de la inmensa cantidad de fotos que tenía de él hasta ese momento, y me ruboricé un poco más como una idiota, si es que eso era posible.

-Tienes muchas fotos mías en diversos eventos y reportajes. – Hundí algo avergonzada la cara en su cuello, mostrarle mi alma y mis deseos plasmados en imágenes era un acto de puro exhibicionismo.

-No tengo ninguna foto personal tuya y la única que tenía de los dos fue un recorte del periódico la noche de la cena benéfica que se quedó en casa de mi padre. – Murmuré rozando mis labios contra su barba, disfrutando de las suaves cosquillas que me producía.

-No sabía de tu afición por la fotografía. No te escondas en mi cuello, déjame verte. ¿Desde cuándo la tienes? – Edward acarició mi cara y se separó ligeramente para que volviese a mirarlo.

-Es algo reciente. Alice me puso una cámara en las manos cuando me recuperaba del… “accidente”, para motivarme a que saliese y pudiese contar en mis correos algo más que la misma rutina obsesiva entre cuatro paredes. Después me regaló una para que pudiese seguir con mi reciente afición cuando nos despedimos en la Galleria Vittorio Emmanuelle. – Su única respuesta fue una mirada intensa directamente a mi alma a través de mis ojos y una larga caricia a lo largo del óvalo de mi cara. Su rostro no dejaba traspasar nada, ninguna emoción.

-Me gustan tus fotos, tienes muy buen ojo. – Esbocé una pequeña sonrisa triste, sólo Dios sabía lo que realmente estaba pensando. No tanto sobre mis fotografías, sino de los motivos que me llevaron hasta descubrir mi afición.

-Gracias. Alice dice que muchas veces reflejan mi ánimo, yo no estoy segura de que eso me guste.

-Cada cosa que hacemos, por pequeña que sea nos describe, es imposible que no nos reflejemos en nuestros actos y elecciones. – Volví a sonreírle, ese hombre me tenía atrapada sin remedio. Y él me correspondió por primera vez desde que comenzó a mirar mi blog. – También tienes un gusto inquietantemente impecable para el erotismo. Veo muchas imágenes de azotes… – Mi vientre convulsionó ante las evidentes intenciones que se transparentaban en sus palabras. Y cuando dejó el iPad de nuevo sobre la mesa y me rodeó de forma posesiva con ambos brazos, sentí que me derretía entre ellos.

-¿Hay algo que te inquieta, Isabella? Háblame de ello. – Esa voz profunda suave como el terciopelo, y masculina al mismo tiempo, activaba y desactivaba los mecanismos correctos, como si apelase a los más profundos y oscuros de mis deseos.

Suspiré y bajé un momento la mirada tímida, sabiéndome en sus manos, completamente dispuesta a decirle la verdad.

-Hasta esta misma mañana deseaba esos azotes, fantaseaba con ellos como habrás podido comprobar… pero ahora me inquietan. Son muchos… Y no sé si estás… muy enfadado todavía… O ya no tanto. – Mis manos imitaron mis titubeos, jugueteando inquietas con el pelo corto a la altura de su nuca.

-¿Te preocupa el número? – Asentí mordiéndome de nuevo el labio, esta vez con más fuerza. Sus ojos observaron ávidos mi boca y acercó su dedo presionando ligeramente para que soltase, justo antes de acariciar la zona que me había mordido.

-Bien… No quiero que te inquietes más por eso, adelantaremos el castigo para no prolongar tu angustia de forma innecesaria. – Todo mi cuerpo se tensó inmediatamente, la anticipación, la preocupación y la excitante sensación de volver a retomar ese perverso juego de los azotes, se mezclaron en mi vientre y apenas fui consciente cuando Edward me levantó de su regazo, y comenzaba a dirigirse hacia el pasillo conmigo de la mano.

-Pero… pero… ¿Y la mesa?

-Ya habrá tiempo para eso. – El corazón latía enloquecido dentro de mi pecho y el hormigueo en mi vientre era tan violento, que resultaba imposible no pensar en él.

-¿No tiene sueño? Antes me dijo que le gustaría dormir… – Ya era un hecho, a pesar de mi inicial reticencia, lo había interiorizado hasta el punto de empezar a hablarle de usted. Edward se detuvo en seco, girándose hacia mí, tirando de mi mano para pegarme a su cuerpo. Entonces inspiró una gran bocanada de aire justo delante de mi cara, rozándome con sus labios y su aliento, abarcando con su mano una de mis nalgas y apretándola amenazadoramente.

-El porno que le gusta a mi pequeña golfa tiene la capacidad de quitarme el sueño, y el recuerdo de esas preciosas nalgas enrojecidas y calientes me hace sentir impaciente. Y excitado. – Había un brillo perverso en su mirada y experimenté con absoluto regocijo de mis sentidos, como su aura dominante se extendía espesando el aire, llenándolo de electricidad a nuestro alrededor, haciéndome olvidar el miedo al dolor de sus azotes, en favor del deseo.

Edward volvió a tirar de mi mano y abrió la puerta de un firme movimiento, dejándome a los pies de la cama y cerrándola de nuevo con un sonoro golpe. De repente todo parecía calmado, en silencio y controlado. Todo excepto la adrenalina que viajaba veloz por mis venas, disparando mi corazón dentro de mi pecho, y volviendo insoportables mis ansias por él.


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Acercó la silla que solía utilizar para dejar mi ropa, hasta situarla a un metro de distancia de donde me encontraba. Se quitó el reloj, lo dejó sobre el mueble a los pies de la cama y se sentó tranquilamente en la silla para subirse las mangas del jersey, antes de hacerme un gesto con un dedo para que me acercase.

-Ven aquí, preciosa. No voy a morderte. – Obedecí inmediatamente y me acerqué hasta situarme delante de él con pasos algo titubeantes. Me sonrió como solo él sabía sonreír, provocando que mis labios correspondiesen a esa sonrisa sin que mi cerebro tuviese que procesarlo.

Sus manos acariciaron mis piernas sobre el tejido de los vaqueros, y subieron una de ellas para quitarme la bota y el calcetín sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, acariciando mi pie despacio, para repetir lo mismo con el otro. Sus ojos brillaban oscuros, llenos de eróticas promesas, mi alma volaba libre por reencontrarlo, mi deseo crecía salvaje ramificándose por mis venas, llegando hasta la última terminación nerviosa de mi cuerpo.

Estaba en sus manos, manos que delineaban provocativas la cinturilla de mis vaqueros. Desabrochó el botón con un simple giro de sus dedos y los bajó despacio hasta dejarlos a la mitad de mis muslos. Su lengua acarició sus labios, como si pudiese saborear por anticipado el placer, mientras sus ojos profundos y de un verde oscuro recorrían mi piel recientemente expuesta. Entonces sus dedos engancharon los laterales de mis braguitas para bajarlas despacio, descubriendo mi sexo sin prisa, como si fuese la primera vez. Me lanzó una mirada cargada de significado cuando quedé expuesta para él, y juro que algo brilló en el fondo oscuro de sus pupilas cuando sus dedos acariciaron mi corto vello púbico.

-Serán cinco azotes más por no estar bien depilada, Isabella. – Un latigazo de temor mezclado con placer agitó mi cuerpo. Solo pude morderme el labio para evitar gemir excitada y preocupada por el incremento. – Ya que esos cinco azotes son debidos a la falta de cuidado de una zona muy concreta de tu glorioso cuerpo, me parece apropiado que sea esa misma zona la que los reciba directamente. Serán cinco azotes sobre este pequeño coño cuando más excitada estés, Isabella. – En ese momento sus dedos separaron mis pliegues y rozaron mi necesitado clítoris de la forma más perversa, provocador, sabiéndose dueño de la situación, de mi cuerpo, de mi corazón y de mi voluntad.

-Ahora sobre mis rodillas. – Su voz había adquirido un tono rasgado, brusco y primario que me impulsó a obedecerlo sin demora. Me incliné y dejé suavemente el peso de mi cuerpo sobre sus muslos, tratando de acomodarme todo lo posible para lo que vendría. Me sujeté con ambas manos a una pata de la silla, con mi trasero bien colocado en la línea de fuego y mi corazón en la garganta, disfrutando conscientemente del nerviosismo, de la adrenalina, la anticipación y la entrega. Era algo adictivo.

-Eso es… Buena chica. No te muevas, no trates de esquivar mis azotes, odiaría aumentar la cuenta. – Retiró mi pelo hacia un lado, de forma que pudiésemos mirarnos sin que entorpeciese y deslizó su mano por mi espina dorsal en dirección hacia mis nalgas, trazando una senda de fuego. El corazón me atronaba los oídos y no podía pensar en nada, el resto del mundo había desaparecido para mí.

-Procura relajarte y disfruta de las sensaciones, quizás te sorprendan en algún momento. Recuerda tu apellido, pero dime algo, ¿qué apellido vas a utilizar si lo necesitas, Isabella? – Su voz sonaba cálida, eficazmente tranquilizadora, y comenzaba a preguntarme qué habría querido decir con eso de que quizás me sorprendiesen las sensaciones, cuando un sonoro y picante azote resonó en la habitación y me dejó sin aliento cuando lo solté todo de golpe. – ¿Swan? – Toda mi atención se había despertado por completo, hasta el punto de creerme capaz de distinguir los matices del dolor cuando el segundo azote restalló sobre mi piel. – ¿O Kriegerschwan? – Sus caricias contribuían a mitigar lo más urgente del dolor, pero el fondo, el verdadero sentido de esos azotes comenzaba a solidificarse en mi piel.

-Estoy esperando una respuesta. – El tercer azote me hizo apretar los dientes y aferrarme con más fuerza a la silla. Tenía que responderle, pero no quería pronunciar mi apellido por miedo a que estuviese poniéndome a prueba de alguna forma. No me arriesgaría, yo quería mis azotes, pocas veces me los había ganado más a pulso. Un nuevo azote me hizo decidirme.

-¡El de mi padre! Si lo necesito utilizaré mi verdadero apellido… Señor.



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-Voy a atarte las manos a los muslos. Me hubiese gustado estar en mi Cuarto de Juegos y atarte con seda negra a la columna. Pero esto tendrá que servir por el momento. – Edward enrolló largos girones de algodón rasgado entorno a la parte superior de cada uno de mis muslos, atando firmemente mis muñecas a cada costado. Traté de mover las manos y no pude hacerlo más allá de lo que cedió el tejido de algodón, lo cual no era mucho. Tragué en seco y dirigí mi mirada hacia él, que se había retirado ligeramente de la cama

-Ahora voy a observarte unos instantes. Trataré de retener tu imagen en mi memoria para siempre, porque sencillamente eres gloriosa. Y mía. – Necesité separar los labios para poder dejar escapar el gemido tembloroso que tenía atascado en el pecho y bajé la mirada instintivamente.

-¿Cómo podría sentirme celoso si eres completamente mía? – Mis ojos se dispararon ignorando mi voluntad hacia él, cuando por mi visión periférica capté que se estaba quitando el jersey. Su expresión dura y contenida hablaba del dominante que era, mientras que yo miraba fascinada como se deshacía de sus pantalones y se acercaba hasta mí completamente desnudo, enardecido e imponente hermoso hasta el punto de dejarme si aliento. – Contigo puedo permitirme ser generoso. Compadezco a ese pobre muchacho de la isla… Y a ese arrogante de Kroener… Y el otro bastardo merece estar muerto simplemente porque tuvo la oportunidad de tenerte y no supo valorarte. –  Sus manos recorrieron mi cuerpo inmóvil para él, acariciándolo con ellas, con sus ojos, con sus palabras… Con la suave punta de su dura polla sobre mis nalgas ardiendo.

-Y yo merezco pasar por todo el infierno que me has hecho vivir por el simple hecho de haber pretendido que podía renunciar a ti. Es una arrogancia imperdonable y me he ganado a pulso cada minuto de agonía, cada noche desesperado. – Su barba de varios días rozaba la piel de mi hombro y su aliento humedecía mi cuello deliciosamente. Sus manos abarcaban ávidas mis pechos y jugueteaban maliciosamente con mis pezones. Noté como su erección se abría paso entre mis pliegues sin penetrarme aún, desde atrás se deslizaba hacia delante y de nuevo atrás, adelante… en un ritmo lento y perverso que rozaba mi clítoris con toda su longitud.

-Pero ahora eres mía de nuevo. – Su mano se cerró alrededor de mi pelo para dar un corto tirón que reforzase sus palabras, humedeciéndome aún más. Noté si lugar a dudas, su sonrisa rozando mi oreja. – En realidad nunca dejaste de serlo, de la misma forma que yo te pertenezco. ¿Estás lista para recibirme? – Contuve el aliento y cerré los puños con fuerza.

-Sí, señor.

-Buena chica. – Noté como se abría paso dentro de mi vientre rápida y profundamente, arrancando un gemido de admiración de mi garganta, y comenzó a moverse de forma agónicamente lenta, golpeando la parte frontal de mi vagina. Sus fuertes manos me sujetaron por el cuello y el vientre para que sus empujes no me hiciesen caer hacia delante y su respiración pesada resonaba en mi oído como el sonido más excitante del mundo.

-Voy a follarte despacio, al menos al comienzo. – Sus palabras susurradas directamente en mi oído resonaron en mi cabeza. – Saboreando cada convulsión de tu vientre alrededor de mi polla y cada gemido que salga de tus labios. Voy a follarte a conciencia y sin misericordia. Vas a gemir, vas a gritar y vas a rogarme que te permita tener un orgasmo. – Dejé caer la cabeza hacia atrás gimiendo, arqueando la espalda para permitirle un ángulo más favorable para que continuase con sus embestidas, tal y como lo estaba haciendo.

-Y yo te lo negaré. – La mano que me sujetaba por el vientre se deslizó hacia abajo para acariciar lentamente mi clítoris en círculos. – Una y otra vez, porque tu placer me pertenece de la misma forma que mi cordura está en tus manos. Y a ambos nos gusta jugar con lo que tenemos entre las manos. ¿No es así, Emma? – Esa vez mi gemido fue de completa frustración.

-Solo si eres realmente buena y obediente, si tu comportamiento no solo me complace, sino que me hace sentir orgulloso, te permitiré disfrutar de un orgasmo que te lleve al borde del placer y la locura. Al éxtasis de la entrega donde olvides tu nombre. Tienes mi palabra.

Reforzaba sus palabras rasgadas por el placer, con embestidas dentro de mi vientre cada vez más profundas, más rápidas, más enloquecedoras que me llevaron sin remedio a una espiral ascendente de lujuria y gemidos, donde mi vientre era conquistado con su enorme polla como un arma eficaz que me arrancó ruegos entrecortados, lloriqueos de placer, pidiendo que parase, que por favor me diese más de lo que me estaba dando. Sentía el calor recorrer mi cuerpo como chocolate caliente, el placer anudando mi vientre, creciendo inexorable.

No resistiría, mi orgasmo era una cuestión segura con o sin su permiso… Y no  quería decepcionarlo, de repente sus manos empujaron mi cuerpo hacia delante, apoyando el torso y la cara sobre el colchón, lo que hizo que cambiase el ángulo de penetración, Edward gruñó, y convirtió el ritmo de sus embestidas en algo enloquecido, salvaje y arrasador que hacía que su  vientre chocase directamente sobre mi trasero recién azotado.

-¡Joder! Mi pequeña golfa… ¡Como me gusta tenerte así! – Traté de pensar en otra cosa, abstraerme de alguna forma de las potentes sensaciones que hacían convulsionar mi vientre cada vez con más violencia, pero era una tarea inútil, todo mi cuerpo, mi mente al completo permanecían enfocados en la entrega y la lujuria. Y cuando creí que ya no soportaría más, una de las manos de Edward se deslizó hasta mi sexo para separar los labios, y con la otra me dio un pequeño y enloquecedor azote directamente sobre mi clítoris.

¿Cómo pude olvidar los azotes que faltaban? El latigazo de placer y dolor mezclados en gloriosa concupiscencia me despertó de la bruma de lujuria en la que estaba sumida justo después de recibirlo, para hacerme caer con más violencia después, cuando mi vientre reaccionaba cerrándose con fuerza alrededor de Edward, arrancándoles rugidos de puro placer, cada vez más intensos a medida que los azotes se repetían y sus embestidas se volvían erráticas y salvajes, llevándome al límite de mis fuerzas.

-¡No puedo! ¡No puedo más! ¡Por favor! – Comencé a balbucear incoherencias sobre las sábanas, rogando, lloriqueando, tratando de liberar mis manos sin éxito.

-¡No! ¡Di mi nombre! ¡Hazlo!

-¡Edward! ¡Edward! ¡Señor! ¡Señor! Por favor… Señor…

-¡Más! Dame más, Isabella. 


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Desperté desorientada, con el trasero en llamas y sola en la habitación completamente a oscuras.

-¿Edward?

-Estoy aquí. – Un resplandor de luz provenía del estudio donde Edward seguramente estaría trabajando. Sacudí el sueño de mis ojos y encendí la luz, me levanté con cuidado de la cama, y no me sorprendió que me doliese el trasero, lo que en realidad me sorprendió fue que no tuviese ninguna marca. Suspiré aliviada y me puse el cárdigan gris que recogí de la silla, para acercarme descalza hasta el estudio.

Al llegar me apoyé en el marco de la puerta, bostecé con los ojos soñolientos y correspondí a la cálida sonrisa con la que Edward me recibía.

-Hola… ¿Qué hora es?

-Las ocho de la noche. Has dormido mucho. – No había errado en mi suposición, Edward estaba sentado delante de su portátil trabajando.

-¿Del sábado? – Pregunté súbitamente alarmada, me sentía como si hubiese dormido un día entero.

-Sí. Todavía es sábado. – Sonreí de nuevo y me desperecé sin ningún pudor ante su sonrisa que se ensanchó todavía más.

-Gracias a Dios… Odiaría perderme uno de los pocos días que estarás conmigo, durmiendo. – Estaba arrebatadoramente guapo en medio de aquella habitación blanca y casi vacía. Y se había vestido con mi camisa.

-Deduzco que has descansado bien. – Al recostarse en el respaldo del sillón inclinó la cabeza hacia la derecha sonriendo, y con los ojos recorrió todo mi cuerpo, gesto que tomé como una invitación para pasar.

-Muy bien. ¿Y tú, has descansado? – Avancé hasta rodear la mesa y situarme a su espalda para abrazarlo por el cuello, donde le di un beso aspirando su olor  y pude percibir su sonrisa.

-Sí, he dormido. ¿Cómo te encuentras? – No se me escapó el detalle que dormir no era necesariamente sinónimo de descansar. El ordenador mostraba gráficos y símbolos de diferentes divisas que oscilaban sobre el fondo azul, mientras que una línea en la parte inferior mostraba diferentes valores.

Le acaricié la barba con la punta de mi nariz mientras él entrelazaba nuestros dedos. Nunca hubiese imaginado la primera vez que lo vi, hasta qué punto nuestra relación cambiaría de forma irrevocable nuestras vidas.

-Me ha despertado el dolor en el trasero. No voy a poder sentarme bien en varios días. – Edward dejó escapar una pequeña risa y separó nuestras manos para girarse en la silla y mirarme directamente a los ojos, con los suyos brillando divertidos.

-Eres perversa, disfrutas excitándome. – Algo se derritió en el interior de mi pecho ante ese Edward juguetón y casi despreocupado.

-Te aseguro que no te miento, ni exagero. En el fragor de la batalla no parecía tan serio, pero ahora... – Su sonrisa se ensanchó y puso los ojos en blanco como si estuviese exagerando.

-Tómate un calmante. Pronto se te habrá pasado, no es para tanto. – Abrí la boca para responder con algo que estuviese a la altura de mi asombro, pero un brillo perverso en el fondo de sus ojos  me disuadió de hacerlo, y lanzándole una inquieta mirada a su mano, decidí que era más sensato darle un giro a la conversación.



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Edward me sujetó por la barbilla con dos dedos y me besó despacio. Suspiré y me olvidé del arma, estaba segura de que ese era su propósito, con esos labios conseguía que mi ánimo cambiase a su antojo.

-No es como si tuviésemos muchas opciones para elegir, pero me encantaría pasar la noche tranquilos, hablando, escuchando música… – Me sentía juguetona, con ganas de hacer que cada segundo juntos mereciese la pena. Me estaba insinuando con total descaro… Y sí, tenía muy presentes todas las circunstancias, cómo olvidarlas. Y no, no pensaba permitir que nos afectasen.

-¿No te apetece un baño caliente? – Esa sonrisa juguetona que bailaba en sus labios me llevó de camino al baño antes incluso de que respondiese. Al parecer era algo real que los dos estuviésemos en el mismo equipo.

-Sí, por supuesto que me apetece. – Me llevó de la mano hasta el baño confiada y sonriendo.

-Muy bien, voy a prepararlo para ti. – Hasta que abrí los ojos alarmada al escuchar sus palabras y no pude seguir ignorando por más tiempo el borde afilado de angustia que me había dejado nuestra conversación en la cena.

-¿Tú no me acompañas?

-No, acércate para que te desnude. Es uno de los mayores placeres del mundo. – Mientras el agua llenaba con su murmullo nuestros silencios, Edward me desnudó despacio, sacando cada prenda de ropa con cuidado, acariciando mi piel en cada movimiento. Agradecí haber eliminado del espejo mi dramática inscripción a la primera oportunidad que tuve, ya no encajaba con nuestra situación, y ensombrecería la forma en la que sus intensos ojos me reclamaron a través de él.

-Eres preciosa. Así parecemos perfectos juntos. – Edward me abrazaba desde atrás, no era la primera vez que nos observábamos en un espejo, pero en esa ocasión percibí algo diferente. Ahora conocía el porqué de las cicatrices en sus nudillos, el motivo de las murallas que construía a su alrededor, la causa de su seriedad y su aislamiento. En esa ocasión no me vi pequeña y frágil entre sus brazos, aunque mi figura siguiese siendo menuda. Le pertenecía por completo, y él a mí. Y eso me hacía fuerte.

-Somos perfectos juntos. – Murmuré convencida de mis palabras. Por fin me conocía y por fin lo conocía a él, al menos todo lo que me había permitido hasta ese momento, que era mucho más que a cualquier otra persona de este mundo. Y había algo en esos ojos que…

-¿Qué es lo que no me dices, Edward? – Hubiese jurado que una parte de él se sintió desafiado y complacido al mismo tiempo por mi pregunta. No tenía ninguna duda de que había algo tras la expresión de sus ojos.

-Tengo que salir esta noche de viaje. – ¡No! Aquello me tomó completamente por sorpresa y no pude evitar que una sacudida recorriese mi cuerpo. ¡Me había dicho que se quedaría unos días! ¿Qué estaba sucediendo para que regresase antes?

-Pero… ¡Pensé que pasarías la Navidad conmigo! – Era pánico lo que había en mi voz. Pánico teñido de reproche.

-Shhh… Y lo haremos, solamente será un viaje relámpago, antes del amanecer estaré de regreso. Ni siquiera notarás mi ausencia.


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No podría asegurar si fue el sonido de las llaves lo que me despertó de un sueño ligero, o ya estaba despierta cuando las escuché. Pero no necesité nada más para salir disparada de la cama, solamente vestida con su camiseta, y correr para salir a su encuentro en el pasillo.

-¡Has vuelto! – Me colgué de su cuello abrazándolo con fuerza y él rodeó con sus brazos mi cintura, alzándome aún más del suelo. Comencé a dejar ligeros besos por cada parte de él que tenía a mi alcance: los labios, la nariz helada, las mejillas, la barba…

-¿Qué haces despierta? – El frío que transmitía su ropa contrastaba con la calidez de sus ojos y su sonrisa. Tenía el abrigo terciado en el brazo y la bolsa con el ordenador colgada del hombro izquierdo.

-Te he escuchado entrar, reconozco el sonido de mis propias llaves.

-Merece la pena irse solo porque te reciban de esta forma al regresar. – Edward caminaba conmigo colgada de su cuello en dirección al estudio, relajado, con una sonrisa juguetona en sus labios y sin ningún signo aparente que insinuase algún contratiempo en su viaje relámpago.

-No, no merece la pena. Eres mío, al menos hasta Navidad. – La palabra “Navidad” sonó amortiguada contra sus labios. Mi lengua lo provocaba juguetona, y él sorprendentemente se dejaba tentar, correspondiendo y retirándose, deliciosamente despreocupado y de buen humor.

-Mi pequeña golfa posesiva…




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-Tengo que reconocer que estoy intrigada sobre lo que se puede obtener desde un avión si poner los pies en tierra. Y además me duele el trasero, comprenderás que tenga cierta prisa por resolver todo esto. – Respondí alternando mi peso de una a otra nalga, procurando acomodarme dentro de las limitadas posibilidades.

-Está bien, aquí tienes. – Sin más preámbulos, alargó la mano hacia la bolsa de papel rígida color marrón que descansaba en el suelo y me la ofreció con sus ojos brillando. Tomé con manos algo inseguras la bolsa y de ella saqué una caja marrón de Louboutin. Sonreí y abrí la caja para descubrir unos preciosos Pigalle en tono rosa nude.

-¿Unos Pigalle?

-Tengo una especial debilidad por verte con estos zapatos. Fueron los primeros que te regalé. – El Edward más seductor se mostraba ante mí en su máximo esplendor, y era algo realmente maravilloso de contemplar.

-Si llego a saber con certeza que mi plan saldría bien y te tendría de vuelta, los hubiese traído conmigo.  – Hablé sin poder evitar mi sonrisa mientras me calzaba esos maravillosos zapatos.

-Voy a hacer como si no hubieses mencionado nada de un plan… Pero compruebo desolado, aunque no sorprendido, que ni siquiera te molestaste en revisar tu equipaje. Los Pigalle no están en esas maletas. Los conservé para mí. – Edward acarició mis piernas desde el empeine hacia arriba, con los zapatos puestos, las manos expertas y una mirada oscura llena de admiración.

-No sé si calificar eso como muestra de tu fetichismo incorregible, o como un gesto insólitamente romántico. – Sus manos se cerraron en torno a mis rodillas y yo secretamente esperé a que las separase en cualquier momento, con un pellizco de anticipación en mi estómago.

-Ambos. Esos zapatos gritan sexo contigo. Levántate para que pueda verte bien con ellos. Han sido diseñados para ser calzados por ti. – Me sorprendió que no las separase, pero no perdí el tiempo en levantarme de aquella dura mesa y coqueta, giré delante de él para que pudiese ver mis piernas en toda su longitud con esos zapatos puestos. La camiseta apenas me cubría el trasero y tuvo un breve vistazo de mi sexo recién depilado que hizo que sus ojos relampagueasen.

-Gracias. Son preciosos. – Me pareció apropiado agradecérselo, así que me acerqué hasta su sillón y lo besé de nuevo, y él se dejó besar por segunda vez en el día, algo que me gustó tanto, como llamó mi atención por lo inusual. No pude evitar pensar que algo estaba pasando…

-De nada, preciosa. Hay algo más. – ¡Lo sabía! De repente su expresión se había vuelto seria y mi corazón aumentó la frecuencia de sus latidos.



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-No quiero que volvamos a la misma relación que teníamos. Ya no es suficiente para mí.

-No estoy segura de entenderte. – Mi mente comenzó a trabajar en diferentes escenarios que explicasen sus palabras, pero para ser sincera, no sabía qué más podía ofrecerle de mi misma. Edward se apiadó de mi confusión y volvió a acercarse para pellizcar mi barbilla al alzarla.

-Es muy sencillo, Isabella, no quiero que ningún hombre vuelva a darte un apellido, ni siquiera uno falso, ni que albergue esperanzas de seducirte. – Eso ya tenía más sentido para mí. – Pero eso no es lo realmente importante. Lo que de verdad importa es que pretendo que seas mía de todas las formas posibles. No quiero volver a perderte. – No había ni rastro de duda en su voz ni en su determinación, hablaba completamente en serio. Pero yo volvía a sentirme confusa.

-Es imposible que te pertenezca más de lo que ya lo hago. – Me perdí en su mirada, volcando mi corazón en mis palabras.

-¿Estás segura de que quieres regresar conmigo a Seattle? ¿Quieres permanecer a mi lado a pesar de conocer el peligro?

-Naturalmente que sí. Más que nada en el mundo. – Edward asintió y pareció decidirse.

-Bien, en ese caso tengo que poner una condición para acceder a llevarte de vuelta. – Mi cabeza se vació por completo y toda mi atención se centró en él.

-¿Una condición?

Mi corazón latía con violencia y la ansiedad consumía cada célula de mi cuerpo y de mi mente. Para mí no existía nada más que él, que se acercó de nuevo sacando un pequeño estuche negro de su bolsillo derecho.

Lo miré a los ojos, inspiré de golpe, mi corazón detuvo su latido cuando abrió esa pequeña caja de terciopelo y el tiempo quedó suspendido de sus pestañas.

-Isabella… Cásate conmigo.




2 comentarios:

  1. WOW! es todo lo que puedo decir!
    Te superas en cada capítulo!
    PD: antes era Laquedibujasonrisas

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  2. Ahhhhh me acabo de enterar de estas imágenes, aww me encantaron sobre todo donde la levanta hace imaginarlos *-*

    El cap ya lo había comentado fue increíble tuvo de todo pero el final de infarto :3

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