-Porno. No demasiado y mezclado
con los mensajes y mis propias fotos. – Edward alargó su mano para que le diese
el iPad que hasta ese momento retenía
entre las mías, lo tomó y con su otra mano me sujetó por la muñeca y acarició
con el pulgar la cara interna, enviando escalofríos que recorrieron mi espalda.
Sus ojos brillaban oscurecidos por el deseo y mi vientre se contrajo reconociendo
su aura.
-De repente mi interés ha sufrido
un giro inesperado y se ha ramificado en diferentes direcciones. – Me mordí el
labio ante las sensaciones que sus palabras susurradas provocaban dentro de mí.
-Por favor míralo ya y no
insistas más con esa ceja estupefacta. Nadie en su sano juicio ignora el porno
en Tumblr y mi alma no tiene secretos para ti. – Esos ojos me tenían
hipnotizada. Por mucho que intentase bromear para restarle importancia. – Pero
déjame primero que suba algo que pueda tranquilizar a Alice. – Yo sabía hacia
donde me llevaría esa mirada oscurecida… Y quería ir, pero la imagen que mi
mente creó de mi inquieta amiga tamborileando con los dedos nerviosa delante de
su ordenador, lanzándole frecuentes miradas a las llaves de su coche, me
recordó que a esas horas normalmente ya había dado señales de vida.
Edward no alteró su gesto de
deseo contenido mientras me devolvía el iPad
lentamente. Dios… Mis manos delataban mi nerviosismo con total claridad.
-No menciones que estoy aquí.
-No, no te preocupes. ¿Puedo
utilizar el Haiku? Eso será
suficiente.
-Naturalmente. – Hice un
considerable esfuerzo por tocar las teclas correctas y subir la publicación,
pero no esperé respuesta como en otras ocasiones, en vez de eso, se lo devolví
a Edward que lo dejó sobre la mesa, antes de palmearse la pierna indicándome
que me sentase. Obedecí encantada,
nerviosa y con un hormigueo en el estómago y el vientre difícil de ignorar.
Sonreía como el hombre satisfecho
y fuerte que era, canalla, seguro de sí mismo y del efecto que causaba en mí.
En ese momento solamente existíamos nosotros dos.
-¿Angry Juliet? ¿Tu blog se llama
Julieta furiosa? – Hice un vago gesto de disculpa, y no se me ocurrió nada
coherente que responderle.
-Es… una larga historia, algún día te
hablaré de Julieta y su pistola. – Edward frunció el ceño y soltó un corto
resoplido mitad risa, mitad irónico.
-Supongo que eso me deja el papel de
Romeo. Siempre hay un Romeo estúpido detrás de una Julieta Furiosa, que además
tiene una pistola. No me gusta. – Fallé
miserablemente a la hora de esconder mi risa, pero pasé a otro tema
rápidamente, explicándole los detalles de cómo mantenía la privacidad de mi
blog con una clave de acceso y que algunos post solo podían ser vistos por mí,
prácticamente la mayoría de ellos, mientras hacíamos un recorrido por las
imágenes y las frases que lo componían.
No era realmente consciente de la
inmensa cantidad de fotos que tenía de él hasta ese momento, y me ruboricé un
poco más como una idiota, si es que eso era posible.
-Tienes muchas fotos mías en diversos
eventos y reportajes. – Hundí algo avergonzada la cara en su cuello, mostrarle
mi alma y mis deseos plasmados en imágenes era un acto de puro exhibicionismo.
-No tengo ninguna foto personal tuya y
la única que tenía de los dos fue un recorte del periódico la noche de la cena
benéfica que se quedó en casa de mi padre. – Murmuré rozando mis labios contra
su barba, disfrutando de las suaves cosquillas que me producía.
-No sabía de tu afición por la
fotografía. No te escondas en mi cuello, déjame verte. ¿Desde cuándo la tienes?
– Edward acarició mi cara y se separó ligeramente para que volviese a mirarlo.
-Es algo reciente. Alice me puso una
cámara en las manos cuando me recuperaba del… “accidente”, para motivarme a que
saliese y pudiese contar en mis correos algo más que la misma rutina obsesiva entre
cuatro paredes. Después me regaló una para que pudiese seguir con mi reciente
afición cuando nos despedimos en la Galleria
Vittorio Emmanuelle. – Su única respuesta fue una mirada intensa
directamente a mi alma a través de mis ojos y una larga caricia a lo largo del
óvalo de mi cara. Su rostro no dejaba traspasar nada, ninguna emoción.
-Me gustan tus fotos, tienes muy buen
ojo. – Esbocé una pequeña sonrisa triste, sólo Dios sabía lo que realmente
estaba pensando. No tanto sobre mis fotografías, sino de los motivos que me
llevaron hasta descubrir mi afición.
-Gracias. Alice dice que muchas veces
reflejan mi ánimo, yo no estoy segura de que eso me guste.
-Cada cosa que hacemos, por pequeña
que sea nos describe, es imposible que no nos reflejemos en nuestros actos y
elecciones. – Volví a sonreírle, ese hombre me tenía atrapada sin remedio. Y él
me correspondió por primera vez desde que comenzó a mirar mi blog. – También
tienes un gusto inquietantemente impecable para el erotismo. Veo muchas
imágenes de azotes… – Mi vientre convulsionó ante las evidentes intenciones que
se transparentaban en sus palabras. Y cuando dejó el iPad de nuevo sobre la mesa y me rodeó de forma posesiva con ambos
brazos, sentí que me derretía entre ellos.
-¿Hay algo que te inquieta, Isabella? Háblame
de ello. – Esa voz profunda suave como el terciopelo, y masculina al mismo
tiempo, activaba y desactivaba los mecanismos correctos, como si apelase a los
más profundos y oscuros de mis deseos.
Suspiré y bajé un momento la mirada
tímida, sabiéndome en sus manos, completamente dispuesta a decirle la verdad.
-Hasta esta misma mañana deseaba esos
azotes, fantaseaba con ellos como habrás podido comprobar… pero ahora me
inquietan. Son muchos… Y no sé si estás… muy enfadado todavía… O ya no tanto. –
Mis manos imitaron mis titubeos, jugueteando inquietas con el pelo corto a la
altura de su nuca.
-¿Te preocupa el número? – Asentí
mordiéndome de nuevo el labio, esta vez con más fuerza. Sus ojos observaron
ávidos mi boca y acercó su dedo presionando ligeramente para que soltase, justo
antes de acariciar la zona que me había mordido.
-Bien… No quiero que te inquietes más
por eso, adelantaremos el castigo para no prolongar tu angustia de forma
innecesaria. – Todo mi cuerpo se tensó inmediatamente, la anticipación, la
preocupación y la excitante sensación de volver a retomar ese perverso juego de
los azotes, se mezclaron en mi vientre y apenas fui consciente cuando Edward me
levantó de su regazo, y comenzaba a dirigirse hacia el pasillo conmigo de la
mano.
-Pero… pero… ¿Y la mesa?
-Ya habrá tiempo para eso. – El
corazón latía enloquecido dentro de mi pecho y el hormigueo en mi vientre era
tan violento, que resultaba imposible no pensar en él.
-¿No tiene sueño? Antes me dijo que le
gustaría dormir… – Ya era un hecho, a pesar de mi inicial reticencia, lo había
interiorizado hasta el punto de empezar a hablarle de usted. Edward se detuvo
en seco, girándose hacia mí, tirando de mi mano para pegarme a su cuerpo.
Entonces inspiró una gran bocanada de aire justo delante de mi cara, rozándome
con sus labios y su aliento, abarcando con su mano una de mis nalgas y
apretándola amenazadoramente.
-El porno que le gusta a mi pequeña
golfa tiene la capacidad de quitarme el sueño, y el recuerdo de esas preciosas
nalgas enrojecidas y calientes me hace sentir impaciente. Y excitado. – Había
un brillo perverso en su mirada y experimenté con absoluto regocijo de mis
sentidos, como su aura dominante se extendía espesando el aire, llenándolo de
electricidad a nuestro alrededor, haciéndome olvidar el miedo al dolor de sus
azotes, en favor del deseo.
Edward volvió a tirar de mi mano y
abrió la puerta de un firme movimiento, dejándome a los pies de la cama y
cerrándola de nuevo con un sonoro golpe. De repente todo parecía calmado, en
silencio y controlado. Todo excepto la adrenalina que viajaba veloz por mis
venas, disparando mi corazón dentro de mi pecho, y volviendo insoportables mis
ansias por él.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Acercó la silla que solía utilizar
para dejar mi ropa, hasta situarla a un metro de distancia de donde me
encontraba. Se quitó el reloj, lo dejó sobre el mueble a los pies de la cama y
se sentó tranquilamente en la silla para subirse las mangas del jersey, antes
de hacerme un gesto con un dedo para que me acercase.
-Ven aquí, preciosa. No voy a
morderte. – Obedecí inmediatamente y me acerqué hasta situarme delante de él
con pasos algo titubeantes. Me sonrió como solo él sabía sonreír, provocando
que mis labios correspondiesen a esa sonrisa sin que mi cerebro tuviese que
procesarlo.
Sus manos acariciaron mis piernas
sobre el tejido de los vaqueros, y subieron una de ellas para quitarme la bota
y el calcetín sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, acariciando mi pie
despacio, para repetir lo mismo con el otro. Sus ojos brillaban oscuros, llenos
de eróticas promesas, mi alma volaba libre por reencontrarlo, mi deseo crecía
salvaje ramificándose por mis venas, llegando hasta la última terminación
nerviosa de mi cuerpo.
Estaba en sus manos, manos que delineaban
provocativas la cinturilla de mis vaqueros. Desabrochó el botón con un simple
giro de sus dedos y los bajó despacio hasta dejarlos a la mitad de mis muslos.
Su lengua acarició sus labios, como si pudiese saborear por anticipado el
placer, mientras sus ojos profundos y de un verde oscuro recorrían mi piel
recientemente expuesta. Entonces sus dedos engancharon los laterales de mis
braguitas para bajarlas despacio, descubriendo mi sexo sin prisa, como si fuese
la primera vez. Me lanzó una mirada cargada de significado cuando quedé
expuesta para él, y juro que algo brilló en el fondo oscuro de sus pupilas
cuando sus dedos acariciaron mi corto vello púbico.
-Serán cinco azotes más por no estar
bien depilada, Isabella. – Un latigazo de temor mezclado con placer agitó mi
cuerpo. Solo pude morderme el labio para evitar gemir excitada y preocupada por
el incremento. – Ya que esos cinco azotes son debidos a la falta de cuidado de
una zona muy concreta de tu glorioso cuerpo, me parece apropiado que sea esa
misma zona la que los reciba directamente. Serán cinco azotes sobre este
pequeño coño cuando más excitada estés, Isabella. – En ese momento sus dedos
separaron mis pliegues y rozaron mi necesitado clítoris de la forma más
perversa, provocador, sabiéndose dueño de la situación, de mi cuerpo, de mi
corazón y de mi voluntad.
-Ahora sobre mis rodillas. – Su voz
había adquirido un tono rasgado, brusco y primario que me impulsó a obedecerlo
sin demora. Me incliné y dejé suavemente el peso de mi cuerpo sobre sus muslos,
tratando de acomodarme todo lo posible para lo que vendría. Me sujeté con ambas
manos a una pata de la silla, con mi trasero bien colocado en la línea de fuego
y mi corazón en la garganta, disfrutando conscientemente del nerviosismo, de la
adrenalina, la anticipación y la entrega. Era algo adictivo.
-Eso es… Buena chica. No te muevas, no
trates de esquivar mis azotes, odiaría aumentar la cuenta. – Retiró mi pelo
hacia un lado, de forma que pudiésemos mirarnos sin que entorpeciese y deslizó
su mano por mi espina dorsal en dirección hacia mis nalgas, trazando una senda
de fuego. El corazón me atronaba los oídos y no podía pensar en nada, el resto
del mundo había desaparecido para mí.
-Procura relajarte y disfruta de las
sensaciones, quizás te sorprendan en algún momento. Recuerda tu apellido, pero
dime algo, ¿qué apellido vas a utilizar si lo necesitas, Isabella? – Su voz
sonaba cálida, eficazmente tranquilizadora, y comenzaba a preguntarme qué
habría querido decir con eso de que quizás me sorprendiesen las sensaciones,
cuando un sonoro y picante azote resonó en la habitación y me dejó sin aliento
cuando lo solté todo de golpe. – ¿Swan? – Toda mi atención se había despertado
por completo, hasta el punto de creerme capaz de distinguir los matices del
dolor cuando el segundo azote restalló sobre mi piel. – ¿O Kriegerschwan? – Sus
caricias contribuían a mitigar lo más urgente del dolor, pero el fondo, el
verdadero sentido de esos azotes comenzaba a solidificarse en mi piel.
-Estoy esperando una respuesta. – El
tercer azote me hizo apretar los dientes y aferrarme con más fuerza a la silla.
Tenía que responderle, pero no quería pronunciar mi apellido por miedo a que
estuviese poniéndome a prueba de alguna forma. No me arriesgaría, yo quería mis
azotes, pocas veces me los había ganado más a pulso. Un nuevo azote me hizo
decidirme.
-¡El de mi padre! Si lo necesito
utilizaré mi verdadero apellido… Señor.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
-Voy a atarte las manos a los muslos.
Me hubiese gustado estar en mi Cuarto de Juegos y atarte con seda negra a la
columna. Pero esto tendrá que servir por el momento. – Edward enrolló largos
girones de algodón rasgado entorno a la parte superior de cada uno de mis
muslos, atando firmemente mis muñecas a cada costado. Traté de mover las manos
y no pude hacerlo más allá de lo que cedió el tejido de algodón, lo cual no era
mucho. Tragué en seco y dirigí mi mirada hacia él, que se había retirado
ligeramente de la cama
-Ahora voy a observarte unos
instantes. Trataré de retener tu imagen en mi memoria para siempre, porque
sencillamente eres gloriosa. Y mía. – Necesité separar los labios para poder
dejar escapar el gemido tembloroso que tenía atascado en el pecho y bajé la
mirada instintivamente.
-¿Cómo podría sentirme celoso si eres
completamente mía? – Mis ojos se dispararon ignorando mi voluntad hacia él, cuando
por mi visión periférica capté que se estaba quitando el jersey. Su expresión
dura y contenida hablaba del dominante que era, mientras que yo miraba
fascinada como se deshacía de sus pantalones y se acercaba hasta mí
completamente desnudo, enardecido e imponente hermoso hasta el punto de dejarme
si aliento. – Contigo puedo permitirme ser generoso. Compadezco a ese pobre
muchacho de la isla… Y a ese arrogante de Kroener… Y el otro bastardo merece
estar muerto simplemente porque tuvo la oportunidad de tenerte y no supo
valorarte. – Sus manos recorrieron mi
cuerpo inmóvil para él, acariciándolo con ellas, con sus ojos, con sus
palabras… Con la suave punta de su dura polla sobre mis nalgas ardiendo.
-Y yo merezco pasar por todo el
infierno que me has hecho vivir por el simple hecho de haber pretendido que
podía renunciar a ti. Es una arrogancia imperdonable y me he ganado a pulso
cada minuto de agonía, cada noche desesperado. – Su barba de varios días rozaba
la piel de mi hombro y su aliento humedecía mi cuello deliciosamente. Sus manos
abarcaban ávidas mis pechos y jugueteaban maliciosamente con mis pezones. Noté
como su erección se abría paso entre mis pliegues sin penetrarme aún, desde
atrás se deslizaba hacia delante y de nuevo atrás, adelante… en un ritmo lento
y perverso que rozaba mi clítoris con toda su longitud.
-Pero ahora eres mía de nuevo. – Su
mano se cerró alrededor de mi pelo para dar un corto tirón que reforzase sus
palabras, humedeciéndome aún más. Noté si lugar a dudas, su sonrisa rozando mi
oreja. – En realidad nunca dejaste de serlo, de la misma forma que yo te
pertenezco. ¿Estás lista para recibirme? – Contuve el aliento y cerré los puños
con fuerza.
-Sí, señor.
-Buena chica. – Noté como se abría
paso dentro de mi vientre rápida y profundamente, arrancando un gemido de
admiración de mi garganta, y comenzó a moverse de forma agónicamente lenta,
golpeando la parte frontal de mi vagina. Sus fuertes manos me sujetaron por el
cuello y el vientre para que sus empujes no me hiciesen caer hacia delante y su
respiración pesada resonaba en mi oído como el sonido más excitante del mundo.
-Voy a follarte despacio, al menos al
comienzo. – Sus palabras susurradas directamente en mi oído resonaron en mi
cabeza. – Saboreando cada convulsión de tu vientre alrededor de mi polla y cada
gemido que salga de tus labios. Voy a follarte a conciencia y sin misericordia.
Vas a gemir, vas a gritar y vas a rogarme que te permita tener un orgasmo. –
Dejé caer la cabeza hacia atrás gimiendo, arqueando la espalda para permitirle
un ángulo más favorable para que continuase con sus embestidas, tal y como lo
estaba haciendo.
-Y yo te lo negaré. – La mano que me
sujetaba por el vientre se deslizó hacia abajo para acariciar lentamente mi
clítoris en círculos. – Una y otra vez, porque tu placer me pertenece de la
misma forma que mi cordura está en tus manos. Y a ambos nos gusta jugar con lo
que tenemos entre las manos. ¿No es así, Emma? – Esa vez mi gemido fue de
completa frustración.
-Solo si eres realmente buena y
obediente, si tu comportamiento no solo me complace, sino que me hace sentir
orgulloso, te permitiré disfrutar de un orgasmo que te lleve al borde del
placer y la locura. Al éxtasis de la entrega donde olvides tu nombre. Tienes mi
palabra.
Reforzaba sus palabras rasgadas por el
placer, con embestidas dentro de mi vientre cada vez más profundas, más
rápidas, más enloquecedoras que me llevaron sin remedio a una espiral
ascendente de lujuria y gemidos, donde mi vientre era conquistado con su enorme
polla como un arma eficaz que me arrancó ruegos entrecortados, lloriqueos de
placer, pidiendo que parase, que por favor me diese más de lo que me estaba
dando. Sentía el calor recorrer mi cuerpo como chocolate caliente, el placer
anudando mi vientre, creciendo inexorable.
No resistiría, mi orgasmo era una
cuestión segura con o sin su permiso… Y no
quería decepcionarlo, de repente sus manos empujaron mi cuerpo hacia
delante, apoyando el torso y la cara sobre el colchón, lo que hizo que cambiase
el ángulo de penetración, Edward gruñó, y convirtió el ritmo de sus embestidas en
algo enloquecido, salvaje y arrasador que hacía que su vientre chocase directamente sobre mi trasero
recién azotado.
-¡Joder! Mi pequeña golfa… ¡Como me
gusta tenerte así! – Traté de pensar en otra cosa, abstraerme de alguna forma
de las potentes sensaciones que hacían convulsionar mi vientre cada vez con más
violencia, pero era una tarea inútil, todo mi cuerpo, mi mente al completo
permanecían enfocados en la entrega y la lujuria. Y cuando creí que ya no
soportaría más, una de las manos de Edward se deslizó hasta mi sexo para
separar los labios, y con la otra me dio un pequeño y enloquecedor azote
directamente sobre mi clítoris.
¿Cómo pude olvidar los azotes que
faltaban? El latigazo de placer y dolor mezclados en gloriosa concupiscencia me
despertó de la bruma de lujuria en la que estaba sumida justo después de
recibirlo, para hacerme caer con más violencia después, cuando mi vientre
reaccionaba cerrándose con fuerza alrededor de Edward, arrancándoles rugidos de
puro placer, cada vez más intensos a medida que los azotes se repetían y sus
embestidas se volvían erráticas y salvajes, llevándome al límite de mis
fuerzas.
-¡No puedo! ¡No puedo más! ¡Por favor!
– Comencé a balbucear incoherencias sobre las sábanas, rogando, lloriqueando,
tratando de liberar mis manos sin éxito.
-¡No! ¡Di mi nombre! ¡Hazlo!
-¡Edward! ¡Edward! ¡Señor! ¡Señor! Por
favor… Señor…
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Desperté desorientada, con el trasero en
llamas y sola en la habitación completamente a oscuras.
-¿Edward?
-Estoy aquí. – Un resplandor de
luz provenía del estudio donde Edward seguramente estaría trabajando. Sacudí el
sueño de mis ojos y encendí la luz, me levanté con cuidado de la cama, y no me
sorprendió que me doliese el trasero, lo que en realidad me sorprendió fue que
no tuviese ninguna marca. Suspiré aliviada y me puse el cárdigan gris que
recogí de la silla, para acercarme descalza hasta el estudio.
Al llegar me apoyé en el marco de
la puerta, bostecé con los ojos soñolientos y correspondí a la cálida sonrisa
con la que Edward me recibía.
-Hola… ¿Qué hora es?
-Las ocho de la noche. Has
dormido mucho. – No había errado en mi suposición, Edward estaba sentado
delante de su portátil trabajando.
-¿Del sábado? – Pregunté
súbitamente alarmada, me sentía como si hubiese dormido un día entero.
-Sí. Todavía es sábado. – Sonreí
de nuevo y me desperecé sin ningún pudor ante su sonrisa que se ensanchó
todavía más.
-Gracias a Dios… Odiaría perderme
uno de los pocos días que estarás conmigo, durmiendo. – Estaba arrebatadoramente
guapo en medio de aquella habitación blanca y casi vacía. Y se había vestido
con mi camisa.
-Deduzco que has descansado bien.
– Al recostarse en el respaldo del sillón inclinó la cabeza hacia la derecha
sonriendo, y con los ojos recorrió todo mi cuerpo, gesto que tomé como una
invitación para pasar.
-Muy bien. ¿Y tú, has descansado?
– Avancé hasta rodear la mesa y situarme a su espalda para abrazarlo por el
cuello, donde le di un beso aspirando su olor
y pude percibir su sonrisa.
-Sí, he dormido. ¿Cómo te
encuentras? – No se me escapó el detalle que dormir no era necesariamente
sinónimo de descansar. El ordenador mostraba gráficos y símbolos de diferentes
divisas que oscilaban sobre el fondo azul, mientras que una línea en la parte
inferior mostraba diferentes valores.
Le acaricié la barba con la punta
de mi nariz mientras él entrelazaba nuestros dedos. Nunca hubiese imaginado la
primera vez que lo vi, hasta qué punto nuestra relación cambiaría de forma
irrevocable nuestras vidas.
-Me ha despertado el dolor en el
trasero. No voy a poder sentarme bien en varios días. – Edward dejó escapar una
pequeña risa y separó nuestras manos para girarse en la silla y mirarme
directamente a los ojos, con los suyos brillando divertidos.
-Eres perversa, disfrutas
excitándome. – Algo se derritió en el interior de mi pecho ante ese Edward
juguetón y casi despreocupado.
-Te aseguro que no te miento, ni
exagero. En el fragor de la batalla no parecía tan serio, pero ahora... – Su
sonrisa se ensanchó y puso los ojos en blanco como si estuviese exagerando.
-Tómate un calmante. Pronto se te
habrá pasado, no es para tanto. – Abrí la boca para responder con algo que
estuviese a la altura de mi asombro, pero un brillo perverso en el fondo de sus
ojos me disuadió de hacerlo, y
lanzándole una inquieta mirada a su mano, decidí que era más sensato darle un
giro a la conversación.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Edward me sujetó por la barbilla
con dos dedos y me besó despacio. Suspiré y me olvidé del arma, estaba segura
de que ese era su propósito, con esos labios conseguía que mi ánimo cambiase a
su antojo.
-No es como si tuviésemos muchas
opciones para elegir, pero me encantaría pasar la noche tranquilos, hablando,
escuchando música… – Me sentía juguetona, con ganas de hacer que cada segundo
juntos mereciese la pena. Me estaba insinuando con total descaro… Y sí, tenía
muy presentes todas las circunstancias, cómo olvidarlas. Y no, no pensaba
permitir que nos afectasen.
-¿No te apetece un baño caliente?
– Esa sonrisa juguetona que bailaba en sus labios me llevó de camino al baño
antes incluso de que respondiese. Al parecer era algo real que los dos
estuviésemos en el mismo equipo.
-Sí, por supuesto que me apetece.
– Me llevó de la mano hasta el baño confiada y sonriendo.
-Muy bien, voy a prepararlo para
ti. – Hasta que abrí los ojos alarmada al escuchar sus palabras y no pude
seguir ignorando por más tiempo el borde afilado de angustia que me había
dejado nuestra conversación en la cena.
-¿Tú no me acompañas?
-No, acércate para que te
desnude. Es uno de los mayores placeres del mundo. – Mientras el agua llenaba
con su murmullo nuestros silencios, Edward me desnudó despacio, sacando cada
prenda de ropa con cuidado, acariciando mi piel en cada movimiento. Agradecí
haber eliminado del espejo mi dramática inscripción a la primera oportunidad
que tuve, ya no encajaba con nuestra situación, y ensombrecería la forma en la
que sus intensos ojos me reclamaron a través de él.
-Eres preciosa. Así parecemos
perfectos juntos. – Edward me abrazaba desde atrás, no era la primera vez que
nos observábamos en un espejo, pero en esa ocasión percibí algo diferente.
Ahora conocía el porqué de las cicatrices en sus nudillos, el motivo de las
murallas que construía a su alrededor, la causa de su seriedad y su aislamiento.
En esa ocasión no me vi pequeña y frágil entre sus brazos, aunque mi figura
siguiese siendo menuda. Le pertenecía por completo, y él a mí. Y eso me hacía
fuerte.
-Somos perfectos juntos. –
Murmuré convencida de mis palabras. Por fin me conocía y por fin lo conocía a
él, al menos todo lo que me había permitido hasta ese momento, que era mucho más
que a cualquier otra persona de este mundo. Y había algo en esos ojos que…
-¿Qué es lo que no me dices,
Edward? – Hubiese jurado que una parte de él se sintió desafiado y complacido
al mismo tiempo por mi pregunta. No tenía ninguna duda de que había algo tras
la expresión de sus ojos.
-Tengo que salir esta noche de
viaje. – ¡No! Aquello me tomó
completamente por sorpresa y no pude evitar que una sacudida recorriese mi
cuerpo. ¡Me había dicho que se quedaría unos días! ¿Qué estaba sucediendo para
que regresase antes?
-Pero… ¡Pensé que pasarías la
Navidad conmigo! – Era pánico lo que había en mi voz. Pánico teñido de
reproche.
-Shhh… Y lo haremos, solamente será
un viaje relámpago, antes del amanecer estaré de regreso. Ni siquiera notarás
mi ausencia.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
No podría asegurar si fue el
sonido de las llaves lo que me despertó de un sueño ligero, o ya estaba
despierta cuando las escuché. Pero no necesité nada más para salir disparada de
la cama, solamente vestida con su camiseta, y correr para salir a su encuentro
en el pasillo.
-¡Has vuelto! – Me colgué de su
cuello abrazándolo con fuerza y él rodeó con sus brazos mi cintura, alzándome aún
más del suelo. Comencé a dejar ligeros besos por cada parte de él que tenía a
mi alcance: los labios, la nariz helada, las mejillas, la barba…
-¿Qué haces despierta? – El frío
que transmitía su ropa contrastaba con la calidez de sus ojos y su sonrisa.
Tenía el abrigo terciado en el brazo y la bolsa con el ordenador colgada del
hombro izquierdo.
-Te he escuchado entrar,
reconozco el sonido de mis propias llaves.
-Merece la pena irse solo porque
te reciban de esta forma al regresar. – Edward caminaba conmigo colgada de su
cuello en dirección al estudio, relajado, con una sonrisa juguetona en sus
labios y sin ningún signo aparente que insinuase algún contratiempo en su viaje
relámpago.
-No, no merece la pena. Eres mío,
al menos hasta Navidad. – La palabra “Navidad” sonó amortiguada contra sus
labios. Mi lengua lo provocaba juguetona, y él sorprendentemente se dejaba
tentar, correspondiendo y retirándose, deliciosamente despreocupado y de buen
humor.
-Mi pequeña golfa posesiva…
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
-Tengo que reconocer que estoy
intrigada sobre lo que se puede obtener desde un avión si poner los pies en
tierra. Y además me duele el trasero, comprenderás que tenga cierta prisa por
resolver todo esto. – Respondí alternando mi peso de una a otra nalga,
procurando acomodarme dentro de las limitadas posibilidades.
-Está bien, aquí tienes. – Sin
más preámbulos, alargó la mano hacia la bolsa de papel rígida color marrón que
descansaba en el suelo y me la ofreció con sus ojos brillando. Tomé con manos
algo inseguras la bolsa y de ella saqué una caja marrón de Louboutin. Sonreí y abrí la caja para descubrir unos preciosos Pigalle en tono rosa nude.
-¿Unos Pigalle?
-Tengo una especial debilidad por
verte con estos zapatos. Fueron los primeros que te regalé. – El Edward más
seductor se mostraba ante mí en su máximo esplendor, y era algo realmente
maravilloso de contemplar.
-Si llego a saber con certeza que
mi plan saldría bien y te tendría de vuelta, los hubiese traído conmigo. – Hablé sin poder evitar mi sonrisa mientras
me calzaba esos maravillosos zapatos.
-Voy a hacer como si no hubieses
mencionado nada de un plan… Pero compruebo desolado, aunque no sorprendido, que
ni siquiera te molestaste en revisar tu equipaje. Los Pigalle no están en esas maletas. Los conservé para mí. – Edward
acarició mis piernas desde el empeine hacia arriba, con los zapatos puestos,
las manos expertas y una mirada oscura llena de admiración.
-No sé si calificar eso como
muestra de tu fetichismo incorregible, o como un gesto insólitamente romántico.
– Sus manos se cerraron en torno a mis rodillas y yo secretamente esperé a que
las separase en cualquier momento, con un pellizco de anticipación en mi
estómago.
-Ambos. Esos zapatos gritan sexo
contigo. Levántate para que pueda verte bien con ellos. Han sido diseñados para
ser calzados por ti. – Me sorprendió que no las separase, pero no perdí el
tiempo en levantarme de aquella dura mesa y coqueta, giré delante de él para
que pudiese ver mis piernas en toda su longitud con esos zapatos puestos. La
camiseta apenas me cubría el trasero y tuvo un breve vistazo de mi sexo recién
depilado que hizo que sus ojos relampagueasen.
-Gracias. Son preciosos. – Me
pareció apropiado agradecérselo, así que me acerqué hasta su sillón y lo besé
de nuevo, y él se dejó besar por segunda vez en el día, algo que me gustó
tanto, como llamó mi atención por lo inusual. No pude evitar pensar que algo
estaba pasando…
-De nada, preciosa. Hay algo más.
– ¡Lo sabía! De repente su expresión se había vuelto seria y mi corazón aumentó
la frecuencia de sus latidos.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
-No quiero que volvamos a la
misma relación que teníamos. Ya no es suficiente para mí.
-No estoy segura de entenderte. –
Mi mente comenzó a trabajar en diferentes escenarios que explicasen sus
palabras, pero para ser sincera, no sabía qué más podía ofrecerle de mi misma. Edward
se apiadó de mi confusión y volvió a acercarse para pellizcar mi barbilla al
alzarla.
-Es muy sencillo, Isabella, no
quiero que ningún hombre vuelva a darte un apellido, ni siquiera uno falso, ni
que albergue esperanzas de seducirte. – Eso ya tenía más sentido para mí. – Pero
eso no es lo realmente importante. Lo que de verdad importa es que pretendo que
seas mía de todas las formas posibles. No quiero volver a perderte. – No había
ni rastro de duda en su voz ni en su determinación, hablaba completamente en
serio. Pero yo volvía a sentirme confusa.
-Es imposible que te pertenezca
más de lo que ya lo hago. – Me perdí en su mirada, volcando mi corazón en mis
palabras.
-¿Estás segura de que quieres
regresar conmigo a Seattle? ¿Quieres permanecer a mi lado a pesar de conocer el
peligro?
-Naturalmente que sí. Más que
nada en el mundo. – Edward asintió y pareció decidirse.
-Bien, en ese caso tengo que
poner una condición para acceder a llevarte de vuelta. – Mi cabeza se vació por
completo y toda mi atención se centró en él.
-¿Una condición?
Mi corazón latía con violencia y
la ansiedad consumía cada célula de mi cuerpo y de mi mente. Para mí no existía
nada más que él, que se acercó de nuevo sacando un pequeño estuche negro de su
bolsillo derecho.
Lo miré a los ojos, inspiré de
golpe, mi corazón detuvo su latido cuando abrió esa pequeña caja de terciopelo
y el tiempo quedó suspendido de sus pestañas.
-Isabella… Cásate conmigo.
WOW! es todo lo que puedo decir!
ResponderEliminarTe superas en cada capítulo!
PD: antes era Laquedibujasonrisas
Ahhhhh me acabo de enterar de estas imágenes, aww me encantaron sobre todo donde la levanta hace imaginarlos *-*
ResponderEliminarEl cap ya lo había comentado fue increíble tuvo de todo pero el final de infarto :3